El perdón
El perdón
Todo esto te lo estoy contando porque hace 2 años tuve una experiencia a nivel interno muy importante que cambió mi forma de ver la vida.
Yo no entendía por qué era tan superficial, juzgaba a todo el mundo por el físico que tenía, cada día me preguntaba por qué la vida me iba tan mal, todo lo que llevaba a cabo con toda mi ilusión derivaba en fracaso. Estaba desorientado, confundido, totalmente perdido y necesitaba respuestas.
Eso me llevó a hablar con mi hermana en busca de ayuda, ya que ella siempre había estado conectada al estudio y desarrollo del ser, y me recomendó llevar a cabo una biodescodificación. Y así lo hice, la biodescodificación es un estudio, una terapia que se lleva a cabo para romper los lazos ancestrales que tenemos con nuestros antepasados, que nos cargan con patrones que ellos deberían haber reparado en vida, pero al no hacerlo nos hacen seguir unos programas que marcan nuestra conducta, inclinaciones, debilidades, obsesiones, en fin, nuestra manera de ser.
En principio yo fui para eso, pero paso algo muy curioso e increíble. Recuerdo que tuve que llevar un estudio del árbol genealógico de mi familia, que analizaron, y después pasé a una sala donde, tras de haberme inducido a un estado de pseudohipnosis, yo tumbado con los ojos cerrados podía escuchar a la especialista.
Ella me hablaba de que me adentraba en un bosque y que en ese bosque mis pasos me llevaban a una casa. Una casa grande, muy vieja, como si hiciera mucho tiempo que nadie viviera en ella. Entré en la casa y caminé hacia el salón. Una vez allí pude ver una gran mesa en forma de elipse y alrededor, sentados sobre viejas sillas, pude visualizar a mis ancestros, a mi bisabuela, a mi bisabuelo, a mi abuela, a mi abuelo, a mi tío… Al acercarme vi que estaban unidos por una cadena. Había una silla vacía junto a mi abuela, donde me dijo la especialista que me sentara. A los pocos segundos de hacerlo pude ver cómo la cadena también recorría mi cintura.
La voz de la especialista me dijo que poco a poco fuera uno por uno haciéndoles entender que no quería esas cargas a las que ellos me ataban con esa cadena, que no eran mi responsabilidad, que mi debilidad ante las mujeres, el hecho de no querer tener obligaciones, la negativa de aceptarme a mí mismo tanto físicamente como interiormente no formaban parte de mí. Eran sus programas sobre mí, aquello a lo que ellos deberían haber hecho frente en vida.
Yo seguía escuchando la voz, pero de repente ocurrió algo muy extraño. Ya no me encontraba en aquella sala, sino subiendo unas escaleras de un castillo. Podía ver los adoquines bajo mis pies y grandes bloques de piedra formando los muros adornados por unas antorchas que iluminaban lo que sin duda sería mi destino. Pero algo no iba bien, pues me sentía muy nervioso.
De repente el plano cambió, las escaleras de subida pasaron a ser de bajada, no entendía nada. De pronto, escuché un rugido ensordecedor que venía de abajo, del final de la escalera, de las mazmorras. El nerviosismo iba en aumento, pues me dirigía hacia el lugar de donde provenía el rugido. Comencé a tener miedo porque mis pies me llevaban hacia donde no quería ir, hacia la oscuridad donde se escondía algo que no quería ver. El miedo crecía en mi interior a cada paso que daba porque me acercaba a un lugar donde estaba una parte de mí que no quería ver, una parte de mi a la que odiaba, como si fuera una parte de mí que me diera vergüenza mostrar, que me daba miedo, que no comprendía, que me confundía, mi lado oscuro, mi monstruo.
De nuevo aquel rugido. Notaba que mis pulsaciones iban en aumento, una sensación de ahogo, no podía casi respirar, sentía la tensión en mis manos que, cerradas, apretaban con fuerza. Yo no quería ir, pero algo no me dejaba ir hacia el lado contrario. Seguí descendiendo hacia donde provenía aquel rugido ensordecedor.
Una vez que llegué al final de la escalera, frente a mí pude ver una reja, como si de una celda se tratara. De nuevo aquel rugido, pero esa vez mucho más fuerte, pues tras la reja se escondía algo diabólico. Yo no quería estar allí. Un impulso me hizo dirigir la mirada hacia mi mano derecha. Al abrirla pude ver una llave. Cuando supe lo que aquello significaba recuerdo que me puse a llorar. Mientras, a lo lejos podía escuchar la voz de la especialista que aún seguía en la sala de los ancestros. Yo creía que iba a morir, pues tenía que abrir la reja y dejar salir a lo que quiera Dios que hubiera allí dentro. Mi mano temblorosa se acercó a la cerradura de la reja mientras aquella bestia rugía sin cesar, abrí la reja y cerré los ojos, no quería ver nada. Entonces se hizo el silencio, como si el tiempo se detuviera. Perplejo, abrí poco a poco los ojos y solo había oscuridad.
Entonces de la oscuridad salió un ser de unos dos metros y medio de altura, muy poderoso, con pelo largo y barba, rodeado de luz y… no os lo vais a creer, pero era de color azul claro, del color del cielo. Se acercó a mí, yo me preparé para lo peor, pues estaba seguro de que iba a morir. Se puso frente a mí, alargó su brazo y pasó su mano por detrás de mi cabeza, tocando con su palma mi nuca, acercó mi cabeza a su pecho y dijo:
«Te perdono por haberme tenido encerrado durante 40 años».
Yo no entendía nada. En aquel momento pensé que me iba a encerrar como castigo, que íbamos a intercambiar mi libertad por su encierro, pero me rodeó con su brazo y, dejando la oscuridad a nuestra espalda, nos dirigimos hacia la luz.